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Las altas temperaturas que provocan el calor, pueden llevarnos a cambiar sin apenas darnos cuenta nuestros ritmos de alimentación, ya que nos dejamos llevar por la apetencia a la hora de comer comidas menos copiosas y con cantidades de grasa menores. La pregunta es ¿deben cambiar nuestros ritmos de alimentación en verano? Los expertos en dietética apuntan que no tienen por qué, pero en muchos casos es beneficioso que estos se modifiquen ya que estaríamos incluyendo alimentos menos grasos y con mayor cantidad de líquidos, algo que nuestro cuerpo necesita en gran medida en verano.
Pensemos por ejemplo en la ingesta más regular de comidas como el gazpacho o el salmorejo tan típico en nuestra dieta del verano. El tomate, además de ser un alimento de temporada contiene un gran aporte antioxidante y una gran cantidad de agua. De esta manera se convierte en un protagonista indiscutible de nuestros veranos, estando presente en ensaladas y en como decimos, “sopas frías” del verano.
El verano también es una época propensa a que aumentemos la ingesta de muchas frutas, ya que en esta época podemos disfrutar de ciruelas, sandía, melón, melocotones, nectarinas, paraguayos y un largo etcétera de frutas que nos seducen, tanto por su composición como por su aporte de vitaminas y cantidades de agua para nuestro cuerpo. Es razonable, por tanto, que las frutas sustituyan en gran medida a otros alimentos presentes en desayunos y comidas de media tarde.
¿A quién le apetece un potaje o unas buenas migas en verano? No serán muchos los que levanten las manos, por lo que vemos que resulta lógico que cambiemos nuestros hábitos alimentarios en verano, apostando por alimentos más frescos y que nos ayuden a contrarrestar las altas temperaturas. En el ámbito de la carne destacaría la ingesta de pollo o conejo al ser carnes por ejemplo bajas en grasa, en contraposición con otras carnes con un contenido graso más alto. ¿Y tú, como combates el calor desde la alimentación?

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